El Valle de Aísa, situado en el norte de la provincia de Huesca, ha sido un territorio caracterizado por su difícil acceso para cruzar a Francia. A lo largo de los años, ha resistido y conservado su esencia. A pesar de ser uno de los lugares más olvidados y desconocidos de la geografía aragonesa, es un tesoro natural que se mantiene en gran parte intacto.

En el siglo XIX, el escritor Pascual Madoz describió los caminos del valle como estrechos, ásperos y de difícil acceso, incluyendo la garganta de Aísa, la cual estaba cubierta de nieve durante la mitad del año. Aísa fue tierra de realengo durante muchos siglos, y la propiedad cambió de manos según los intereses de los reyes aragoneses. Los Aysa, señores de Lastiesas, dejaron su huella en la zona, como se puede apreciar en las armas esculpidas en la pardina.

El valle de Aísa tuvo su existencia documentada en el año 1030, cuando San Fructuoso de Senes fue mencionado como propiedad del monasterio de San Salvador de Puyó, donado por Sancho III el Mayor al de San Juan de la Peña. Fue objeto de ataques por parte de los nobles rebeldes contra Jaime I entre 1215 y 1238. A lo largo de los siglos, pasó por diferentes manos, incluyendo Pedro Cornel y Rodrigo Jiménez de Luna, hasta que finalmente Jaime II lo recuperó en 1295.

En 1785, Aísa era un municipio independiente que posteriormente se incorporó al de Aísa en 1972. En cuanto a Esposa, otra localidad del valle, era propiedad del rey de Aragón y se menciona en documentos desde el año 1091. Durante el siglo XIII, sufrió los ataques de los nobles rebeldes contra Jaime I. A partir de 1276, pasó por manos de varios reyes y señores feudales hasta que finalmente quedó en posesión del rey en 1295.

En la actualidad, Aísa y el valle se dedican principalmente a la ganadería y al turismo, aprovechando la belleza natural y la tranquilidad que ofrece la zona. A pesar de ser un lugar poco conocido, es un destino que vale la pena explorar para aquellos que buscan la autenticidad y la serenidad de la naturaleza.